4. Nuevas viejas experiencias

Publicado el 19 de enero, 2011

Fue como la sensación de vacío y cosquilleo, el pequeño jalón que se siente en el estómago cuando va hacia abajo la montaña rusa o un vehículo a muy alta velocidad y en bajada. Ingravidez.  Lo extraño es que Álvaro sólo estaba caminando de vuelta al motel. Se detuvo al sentirlo y se apoyó en el poste de cemento que estaba a su lado derecho. Cuando pasó la sensación, sólo miró alrededor unos momentos y siguió caminando, pensativo por lo extraño que le acababa de pasar.

Llegó al motel. Revisó ambos bolsillos delanteros de su pantalón, luego los traseros. Aún estaba pensando en lo que le había pasado porque no había experimentado esa sensación desde que era pequeño. Desde que vivía con sus padres. Se alejó de un golpe de sus pensamientos al darse cuenta que no encontraba sus llaves.

(Manos a la obra)

Comenzó a buscarlas. Primero se enfocó en el cuarto, las podía sentir. Tardó un poco más para saber su posición exacta, comenzó a llevarlas hacia él. No avanzaron más de unos diez centímetros, chocaban con algo o quizá estaban dentro de algo, como su pantalón.

“Según lo que he investigado es Telequinesis” – le confesaba a su novia hace ocho años. Para entonces, ambos tenían dieciocho años de edad y unos seis meses de ser novios. Era la persona que amaba, y sabía que podía confiar en ella.

“Pero es imposible…” – Respondió Gaby con sus ojos que estaban abiertos como nunca antes y su rostro tan pálido que Álvaro pensó que se iba a desmayar. “¿Cómo? ¿Desde cuándo?... ¿Por qué?”

“Desde siempre” – Respondió él con una sonrisa de pena. Contagió a Gaby la sonrisa y ella recobró su color poco a poco y se calmó. No había nada que temer. Estaba con el hombre que iba a pasar toda su vida a su lado. El hombre que la iba a despertar con un beso cada día y la iba a dormir entre sus brazos. El hombre que no le tocaría ni un solo cabello.

Se dio por vencido con las llaves y fue a buscar al conserje del motel, don Miguel.

“¿Cómo estamos donmigue?”

“Por aquí, tranquilón. ¿Y vos?”

“Aquí… molestándolo”

“Ahh no. Ya te había dicho que era la última vez que te abría la puerta” – exclamo el señor con una sonrisa. Una sonrisa que carecía ya de algunos dientes y que estaba rodeada de una barba mal rasurada y canosa. Tenía unos setenta años y unos cincuenta trabajando en el motel. Vestía guayabera blanca, pantalón café, zapatos tenis y una gorra del Fútbol Club Águila. Llevo al Águila hasta en el nombre – bromeaba constantemente con Álvaro.

“Hey, no sea así. Le prometo que hoy sí es la última”

“Hmm. Vaya, ‘ta bueno pues. Pero me debés un mi par, condenado”

Llegaron hasta la puerta de la habitación de Álvaro. Del cuarto contiguo iba saliendo una pareja, una de las parejas que despertaron a Álvaro hace una hora. Don Miguel abrió se sacó su llavero que tenía unas treinta llaves, buscó la que tenía en número trece y abrió la puerta de la habitación. Álvaro le agradeció y Don Miguel se fue.

Una vez encerrado en el cuarto, Álvaro miró por todo el cuarto buscando las llaves. No las encontró a simple vista. No iba a dejar que las llaves le ganaran. Cerró los ojos y comenzó a buscarlas de nuevo, a sentirlas de nuevo. Las encontró, y comenzó a llevarlas hacia él. Lo mismo. No avanzaban mucho. Abrió sus ojos para ver alrededor mientras movía las llaves con su mente.

Pudo ver que un pantalón se movía por sí mismo. Poco, pero se movía. Entonces se enfocó en el pantalón y lo llevó hacia él con mucha facilidad y sin mover un solo dedo.

“Puedo mover cosas que veo y que estén más o menos cerca de mí. Otra cosa que puedo hacer es encontrar cosas muy personales, muy propias con las que paso mucho tiempo en contacto como mi billetera, mi reloj o mis llaves” – le decía aquel mismo día a su novia.

“¡Pero no me has dicho cómo ni por qué!”

“Desde que era pequeño. No lo dominaba bien hasta los doce o trece años. Primero fue la habilidad de mover cosas. Cosas pequeñas por supuesto.” – Continuaba Álvaro.

Cuando tenía unos ocho años y aún vivía con sus padres, notó que podía empujar cosas sólo con pensarlo. Nadie le creía, incluso él mismo dudaba de lo que hacía. Poco a poco se dio cuenta que sí él era él quien empujaba las cosas. Luego no sólo las empujaba, también las halaba. Más tarde en su vida, las podía levantar, finalmente podía sentir ciertas cosas si se encontraban cerca suyo.

A pesar de ser un hombre ya, Álvaro extrañaba ese tiempo donde vivía con sus padres y sus hermanos.

(La vida era más simple. En aquel entonces, no tenía que huir de todo a causa de lo tengo en mi cabeza. La vida era más simple. En aquel entonces, no tenía que…. En aquel entonces sentía lo que sentí hoy mientras venía del comedor…)

Tags: Escritos, Ficción, Novela Corta

© Roberto Martínez, 2011