10. El encuentro

Publicado el 01 de marzo, 2011

Álvaro y Gaby salieron de su casa con lo necesario: dinero, unas cuantas mudadas de ropa en una mochila y la esperanza de continuar su vida en otro lugar. Álvaro le pidió las llaves del carro a Gaby y ambos se dirigieron al vehículo azul oscuro que estaba parqueado frente a la casa.

Eran las doce del mediodía. Un sujeto se acercó a ellos justo antes que llegaran al vehículo, sacó un arma de mano, una pistola y la apuntó a Gaby.

“El más mínimo movimiento de cualquier tipo, y le disparo” - Dijo el sujeto y le ordenó a Álvaro que condujera y que él irían con Gaby en al asiento de atrás.

El sujeto de la pistola le indicó a Álvaro hacia donde se dirigían. En el recorrido, Álvaro pensó una y mil veces las posibles acciones que podía tomar pero no se atrevió a ninguna, incluso a las que implicaban el uso de la telequinesis, por el riesgo de que dañaran a Gaby.

(Sólo es un carro. ¿Por qué no simplemente se llevó el carro?)

Álvaro miraba por el retrovisor de vez en cuando para asegurarse que Gaby estuviera bien. Gaby tan hermosa como siempre, hoy vestía un par de jeans y una blusa blanca con café. Su pelo recogido y sólo un pequeño fleco frente a su rostro.

Al otro lado del asiento estaba el sujeto que la amenazaba. El sujeto que les estaba robando su vehículo, probablemente para ir a cometer algún crimen mayor y después dejar abandonado el vehículo en algún lugar. Poco cabello y bien vestido. Parecía ser una mala persona, sí, pero no parecía delincuente.

“Aquí es. Detenete”

“Entonces, ¿adónde podemos ir a buscar el carro después?” – Preguntó Álvaro, aguantando su ira.

“¿El carro?” – preguntó el sujeto. Le disparó a Gaby y antes que pudiera reaccionar, le disparó a Álvaro también – “¿Quién dijo que quería el carro?”

Álvaro y Gaby quedaron inconscientes en sus asientos. Los dardos hicieron su efecto inmediatamente. Con gran esfuerzo y mucha cautela, metió a la pareja a su casa. Llevó a Álvaro a una habitación donde ya estaba otra persona, inconsciente también, acostada sobre una camilla que le ataba sus manos y pies. Unos instantes después, Álvaro estaba en la misma situación, con la excepción que él tenía los ojos vendados.

A Gaby la llevó a otra habitación, sólo la recostó en la cama y la encerró.

***

Oscuridad. Oscuridad y frío podía sentir Álvaro al despertar. Dio un tremendo salto como el que había dado hace años cuando lo operaron por apendicitis y despertó de la anestesia. La única diferencia, es que esta vez, ese salto fue cortado por las cinchas que lo ataban de pies y manos. Tenía una sola cosa en mente.

(¡Gaby!)

“Tranquilo” – Susurró la otra persona al ver que Álvaro había despertado y estaba forcejeando. Era una chica.

“Más te vale que me dejés ir…” – Dijo Álvaro, tratando de buscar de dónde provenía la voz.

“Quisiera pero, yo estoy atada de manos y pes al igual que vos”

Álvaro dudo poro unos segundos. Si no tuviera los ojos vendados, sería diferente - “¿Quién sos y por qué nos tienen aquí?”

“La verdad, no lo sé aún” – respondió la chica con mirada perdida en el cielo falso de la habitación – “lo único que sé es que sólo faltabas vos”

“¿Faltar para qué? ¿Y mi novia, Gaby? ¿Dónde está?”

“No lo sé… no está aquí. Tampoco sé para qué faltabas vos. Tampoco sé por qué te vendaron los ojos”

Pero Álvaro sí sabía. No fue un robo de auto, era su pesadilla cumpliéndose. No al pié de la letra, pero sí cumpliéndose. Quien lo haya capturado sabía de sus poderes y sabía que con tener un objeto a la vista, lo podía mover fácilmente y usarlo como herramienta para escapar. ¿Habrán sido los sujetos del vehículo que estaba fuera de la casa? No, no eran ellos, el sujeto que nos trajo hasta aquí no parecía uno de ellos. Comenzó a buscar a Gaby, a tratar de sentirla. Estaba cerca, quizá en otra habitación y estaba bien. Podía visualizarla en su cabeza, no tan clara como verla con sus ojos pero sí podía ver su silueta… cada uno de los contornos de su cuerpo. Había pasado con ella suficiente tiempo como para poder sentir su cuerpo y poder verlo perfectamente a una buena distancia, incluso más que su billetera o su reloj que siempre carga.

“Me llamo Álvaro, por cierto”

“Ella es Laura. Y yo soy Luis” – Dijo una voz que entraba a la habitación.

Tags: Escritos, Ficción, Novela Corta, Suspenso

© Roberto Martínez, 2011