Capítulo VI

Publicado el 13 de mayo, 2015

Si yo no fuera reservado —prudente—, estaría carcajeándome... riéndome en la cara del tipo. La abertura de mis ojos delata la explosiva risa que he atrapado entre mis labios, los cuales están en plena lucha por saber cuál de los dos es el más fuerte.

"¿Mi ángel de la guarda?" Pregunto mientras muevo mi cabeza de lado a lado. Ahora solo tengo una llana sonrisa llena incredulidad —y quizá de decepción—. Él solo me mira fijamente y arquea su boca en una sonrisa tonta. Asienta la cabeza una vez y se marcha de la habitación.

Me quedo con la mirada en la puerta por unos instantes y luego pestañeo rápidamente mi vista hacia la realidad. Cuán absurdo. No sé si debería hablar con las enfermeras o el doctor al respecto. La voz del comentarista de ESPN ya me parece molesta y, con enojo entre mis dedos, apago el televisor desde el control remoto. Un vistazo más a mi teléfono y recuerdo nuevamente que la batería sigue a punto de morir. Aparto al teléfono de mi vista y de mi alcance. ¿Era alguna de broma? ¿De quién? Me acomodo en la cama para dormir un poco. Los relajantes musculares y yo no somos los mejores amigos.

Siempre ha sido como pena lo que siento al hablar con la mamá de Karen. Cuando estaba viva —cuando éramos novios—, era la típica pena del yerno en potencia. Ahora es como la pena de no saber sobre qué hablar. El hecho de no haber perdido a alguien cercano —exceptuando a mi mamá que realmente nunca conocí— es lo que nunca me preparó para estas situaciones. Durante quizá el primer año de la pérdida de Karen, ambos no parábamos de hablar de ella y sobre cuánto la extrañábamos. Poco a poco dejamos de hablar de ella, no sé si consciente o inconscientemente. También nos dejamos de ver tan seguido. Usualmente nos seguíamos viendo cuando yo necesitaba algún favor del hospital como sacarme exámenes o alguna constancia médica.

"¡Niña Sandra! ¿Cómo está?" Es una de las pocas personas que saludo con real alegría.

"¿Cómo estás vos, cipote? Porque yo, mejor que vos" Responde y luego ríe simpáticamente. Es algo que ella siempre hace, responder que está mejor que uno. Dice que lo hace para contagiar a los demás con optimismo y un poco de  humor.

"Por acá. Así como dicen: Jodido pero contento." Hace tiempo que perdí la pena de decir malas palabras frente a ella. Camina hacia la cama. Toma las radiografías mientras me cuenta que ya le informó el doctor sobre mi estado. Se alegra que no sea la gran cosa y más aun, que ya mañana me podré ir a casa. Me pregunta si me quisiera quedar más tiempo, pues ella puede arreglar para que me den buen precio. Le agradezco y rechazo su oferta. Ella está en pediatría pero siempre se ha rebuscado para ayudarme en lo que necesite del hospital, sin importar de qué área sea.

"Ay no, hijo. No sabés lo mal que me puse cuando supe lo que te pasó. Y otra vez el mismo accidente tonto. Todas los recuerdos que me vinieron..." Sus ojos ya no lloran el primer accidente. Ella ya no llora la muerte de su hija, Karen. La admiro por eso y a la vez me da tristeza.

"Gracias a Dios, aquí estamos todavía," le digo. Inmediatamente me arrepiento de mis palabras. Qué insensible. Pero ella me sonríe tiernamente, como si estuviera de acuerdo con lo que dije. Me dice que volverá más tarde, cuando termine su turno y que me deja solo para que pueda terminar de comer.

"Estaba más o menos la comida, ¿verdad?" Me pregunta, desde la puerta, mi supuesto ángel de la guarda. Ya se volvió algo monótona esta entrada que están haciendo todos de hablarme desde la puerta y luego entrar. Ya estoy un poco más calmado, por lo que le voy a seguir el juego.

"Sí. Estaba más o menos. Comida de hospital," le respondo con el último bocado aún en mi boca. Da un paso hacia la habitación y luego uno a su izquierda. Entra una enfermera que no había visto hasta el momento. Es algo bonita. Me pregunta sonriente si ya terminé de comer. Con otra sonrisa, un tanto coqueta, le digo que justo terminando estoy. "Y él, ¿trabaja aquí?" pregunto a la enfermera.

Ella gira su cabeza y luego su cuerpo casi por completo. Se regresa hacia mí  y pregunta, "¿Quién?, disculpe."

Dentro de la corta lista de mis súper poderes, está el poder de leer a las personas. Bueno, al menos así le llamo yo a observar, criticar y deducir sobre las personas. Una de dos: O ella realmente no sabía de quién hablaba o todo esto es alguna broma bien hecha con cámaras ocultas, buenos actores y todo lo demás. "Un señor que pasó. No lo alcanzó a ver, quizás. No importa". Miro entonces a mi supuesto ángel. Arquea nuevamente esa sonrisa tonta. Sigamos el juego.

¿Ya me vas a creer?

Lo escuché en mi cabeza, DENTRO DE MI CABEZA. Cualquier posible expresión abandona mi rostro. Mi cabeza se vuelve tan ligera y todo comienza a girar sutilmente. A lo lejos escucho el fuerte latido de mi corazón. La enfermera termina de recoger los platos y desechos de la comida. Le agradezco inertemente. Él extiende su brazo derecho hacia la puerta y la enfermera lo atraviesa así por así; ni si quiera lo intenta esquivar —ni siquiera lo vio—. Pestañeo rápidamente.

Sea quien sea que está frente a mí se acerca a la cama. Ahora soy yo el que está arqueando una sonrisa boba.

Tags: Escritos, Novela Corta, Sobrenatural

© Roberto Martínez, 2015