La osa y la estrella

Publicado el 10 de septiembre, 2010

Una luz intensa, quizá la más brillante de todas, acarició suavemente el bosque a su paso. La gran mayoría de criaturas que lo habita no se percató de ello.

Una de las pocas despiertas era Ángela, la osa más joven de su manada. Quien con gran emoción, pensó que se trataba de esos trozos de piedra celestial que caen de vez en cuando. Corrió para averiguarlo. Sus cuatro patas, guiadas por su instinto, la llevaron hasta un cráter. Había cientos, no, miles de pequeños brillantitos esparcidos que irradiaban una paz penetrante para aquel que estuviera cerca. Una sensación nueva para Ángela.

Comenzó a rodear el cráter mientras que ese cosquilleo en su panza comenzaba a crecer, con réplicas en sus patas y ojos bien abiertos. Encontró la forma de bajar y al llegar al centro no encontró nada en lo absoluto. Más brillantitos. Olfateó el lugar oscilando su hocico de izquierda a derecha. Dejó de intentar comprender lo que había pasado y salió del cráter.

“¿Buscás algo?” Preguntó una voz pesada y prepotente. Ángela dirigió su mirada hacia algo que no había visto antes. Una criatura parada en sus dos patas traseras y sin pelaje alguno sobre su cuerpo. La criatura quitó rápidamente la vista de Ángela y se dirigió lentamente al árbol más cercano para finalmente apoyarse sobre él.

“No… sólo quería saber qué cayó del cielo…” respondió Ángela, quien caminó hacia la criatura. “¿Fuiste vos?”

“Sí… fui yo el que cayó…" dijo la criatura con una dura mirada hacia el cielo. Luego mira al rededor y concluye "...el peor día de mi vida”

“Pero… ¿quién sos?”

“¿Que quién soy?” preguntó la criatura arqueando ampliamente sus cejas y torciendo su boca en un extremo “¡Soy una estrella!”

“Ooooh. Pero, ¿serías más bien como un estrello? Pues tenés voz de macho y—” Ángela se detuvo al ver una cara llena de aborrecimiento. No comprendía. Se había imaginado a las estrellas como dulces y tiernas, seres que brindan esperanza e ilusión por las noches, aparte de su hermosa luz blanca que cubre el planeta. Frente a ella tenía a una criatura gruñona y de muy mal humor. “¿Estás molesto por algo? ¿Y las estrellas no brillan de cerca o es que—?”

“¡Por supuesto que estoy enojado! ¡Por supuesto que no estoy brillando! Estoy aquí, en un simple planeta y no allá arriba, ¿por qué no habría de estar molesto?” La estrella mostraba cada vez más molestia. La osa frente a él no iba a comprender nada aunque se lo explicara. Era demasiado para que comprendiera. Suspiró y trató de contestar de poco en poco. “Nosotros, las estrellas, como todas las especies en este planeta, existimos en masculino y femenino… sino, ¿cómo nos reprodujéramos? Vivimos por miles de años, sí; pero eso no quiere decir que necesitamos reproducirnos—“

“¿No las puso Dios en el cielo para que nos iluminaran por las noches?”

Justamente eso quería evitar la estrella: estar lidiando con un ser inferior que no entendería su situación, que no tiene la más mínima idea sobre el universo. “Sí, como a vos y el resto de seres vivos en el mundo… el mundo mismo fue creado por Él”

“¿Por qué estás tan molesto?”

“Me dirigía hacia otro lugar y por una tonta distracción vine a parar aquí."

“¿Has conocido muchos planetas?”

“Estarte contestando tantas preguntas no me resulta agradable en lo absoluto”. La osa se quedó callada. Algo dentro de ella acababa de ser lastimado, algo que intangible. Toda la emoción que sentía por conocer a una estrella… una estrella de verdad, con su mal humor y todo, pero era una estrella. Era algo casi imposible, un sueño, una fantasía, una historia inventada por alguien… pero le estaba pasando a ella, allí en medio del bosque. Tenía tantas preguntas, y a cada instante surgían más y más. Se sintió tan mal con lo que dijo la estrella que tenía deseos de irse.

“Si necesitás ayuda… sólo pedímela”

¿Ayuda de vos? Pensó la estrella. Le parecía lo más absurdo; imposible que una criatura así le pueda ayudar en algo. ¿En qué? ¿En regresar al cielo? Quizá nadie podría ayudarle. Simplemente no había forma de regresar. Dirigió su mirada a la decepcionada osa. Él sabía que era por su culpa y por la forma en la estaba tratando. Debía demostrar modales y sabiduría. “Lo siento. Es sólo que estoy aquí en un lugar que nunca me imagine estar y la verdad, sería muy difícil regresar allá arriba”. La estrella a penas recordaba la última vez que interactuó con otro ser que no fuera un cuerpo celeste.

“No hay problema.” – La sonrisa de Ángela volvió a su hocico – “Disculpame vos a mí también, es sólo que tengo tantas preguntas… y la verdad es que, estar hablando con una estrella es…  tan extrañamente maravilloso…”

La estrella sonrió. Este es el trato que le gusta.

“¿Cómo te llamás?”. Preguntó la osa.

“No tengo nombre. Las estrellas no tenemos nombre, es complicado pero… nos identificamos por nuestra edad y por nuestra luminosidad. Tengo el equivalente a unos veinte años de tu raza... Antes que me lo preguntes.”

La edad era sólo una de tantas preguntas de la osa: “¿Cómo es que hablas el idioma de los osos? A veces ni con otras criaturas del bosque nos entendemos.”

“He vivido lo suficiente para saber muchísimas cosas. He visto cosas que ningún ser vivo en este planeta ha visto pues ni siquiera habían nacido. Las estrellas sabemos muchísimas cosas. Se dice incluso que mientras más conocimiento tenga una estrella, más brillante es. Algunos de nosotros viajamos por todos los rincones del universo para adquirir más conocimientos. Otros se quedan en el mismo lugar, porque creen que su objetivo en la existencia es estar ahí… brillando para los demás.

Así es como me llegué aquí. Como te digo, me distraje por tan solo un momento y la fuerza de este planeta me me atrajo a él. Y ahora probablemente esté aquí por mucho tiempo. Nunca he escuchado de alguna estrella que pudiera salir de un planeta y regresar al espacio. Nunca.” La estrella se detuvo. Lanzó una mirada de preocupación hacia el cielo despejado. Podía ver a todos los demás en el cielo y la luna misma también, tan elegante y cautivadora. Luchaba contra su mente. Su mente le decía que debía haber alguna forma. Nada es imposible para seres las estrellas. Se sentó en la base de árbol sobre sus piernas cruzadas. La osa se acercó a él y se sentó también, espalda erguida.

“¿Sos parte de alguna constelación?”

La estrella soltó una carcajada. “¡Es cierto lo de las preguntas! No, no estaba en ninguna constelación. Como te dije, me gusta viajar, conocer y aprender cosas nuevas. Estar en una constelación significa quedarse en el mismo lugar para siempre, con las mismas estrellas hasta que dejes de brillar”. La osa no podía imaginarse si quiera de lo que hablaba la estrella. Ella siempre se había imaginado las constelaciones como grandes familias, donde las estrellas estaban juntas porque se querían y jamás se separarían hasta que dejaran de brillar. Esto, se lo habían dicho sus padres, y a sus padres se lo dijeron sus padres.

La osa tampoco estaba de acuerdo con lo que había dicho la estrella sobre brillar para los demás. Eso destruyó totalmente la imagen tan noble que tenía sobre las estrellas. Tan noble como el de los árboles y las plantas. Están ahí brindando su fruto y sus fragancias para quien los quiera; sin pedir nada a cambio. Brindaban protección para los fuertes vientos y las interminables lluvias. Eran hogares para los pájaros y los insectos. Pero sobre todo, lo más noble de todo, era el hecho de regresar a la tierra al terminar su vida.

Las preguntas de la osa seguían ahí, multiplicándose, pero los ánimos de hacerlas se esfumaban poco a poco. Una pregunta más fue lo suficientemente importante para salir del hocico de Ángela. “¿De qué te sirve todo eso?”

Entre los dos se armó un silencio y un profundo cruce de miradas. Se podían oír los insectos nocturnos cantando y hablando entre sí, las hojas de los árboles siendo sacudidas por la brisa y a lo lejos, muy relajado, el río cruzando todo el bosque. La estrella sabía que no era correcto responder una pregunta con otra pero debía hacerlo otra vez, él sabía a dónde quería llegar la osa: “¿De qué me sirve brillar para los demás y quedarme sin hacer nada por mí mismo?”

La osa no supo qué responder, la verdad, no se esperaba esa pregunta. Sería una larga batalla para hacerle ver su punto a la estrella.

“No es tan fácil como parece” – continuó la estrella – “Me dirás que el amor, y los actos desinteresados por los demás pero, vivimos una eternidad allá arriba y a pesar de eso siento que la vida es muy corta como para desperdiciarla en hacer nada por uno mismo. No me lo vas a creer o quizá no comprendas pero, cuando menos lo espero, los planetas tienen cambios gigantescos, toda la vida cambia en un abrir y cerrar de ojos. Eso me hace sentir que acabo de desperdiciar gran parte de mi vida. Y tal vez estés pensando que la vida misma no es nuestra, lo sé. Pero esa es mi forma de ver las cosas. Como te dije, algunos prefieren quedarse ahí, en el mismo lugar…” la estrella volvió nuevamente su mirada hacia el cielo “… pero yo no. No siento que valga la pena usar así esta vida que nos han prestado, debe de haber algo más. El tiempo es algo que se va, como dijo alguien una vez, no lo para el llanto ni la risa”

“¿Y si algún día se te acaba tu brillo...?”

“Tú, yo, todos nos vamos sin nada. Pero es ese… reconocimiento. Ser una de las estrellas más brillantes del cielo. Sé que no es cien por ciento seguro lo de que mientras más conocimiento, más brillante pero, sí me gusta que me vean así: como la estrella que siempre busca hacer algo consigo mismo, sobresalir. Trascender.”

La osa estaba quizá confundida de cómo cambió el humor de la estrella poco a poco mientras hablaba de sí mismo, después de ser alguien totalmente arrogante, había pasado a ser alguien sensible con preocupaciones. Pensaba en lo que la vida significaba para esa estrella que tenía frente a ella, de cómo sentía que el tiempo la acechaba y perseguía a pesar de vivir tanto pero tanto tiempo. Se preguntaba si era posible hacer ambas cosas: brillar para los demás mientras busca lo que quiere lograr… quizá era algo muy difícil.

“Sepás lo que sepás…” interrumpió la osa “… estés donde estés, hagás lo que hagás… siempre vas a brillar ante todos los seres vivos. Siempre vas a ser una inspiración y siempre vas a ser un punto de orientación porque siempre vas a ser lo que siempre has sido… una estrella. Nunca vería a una estrella como egoísta. Te dieron quizá la forma más hermosa del universo y, según entiendo, una vida bastante prolongada. Y no olvidemos tu inteligencia sin fin…”

La estrella sólo miró a la osa mientras la escuchaba. Eran frases e ideas que había escuchado a través de todo el universo. ¿Cómo es posible que seres con una vida tan corta se preocuparan más por los demás que por sí mismos? ¿Será por su poco entendimiento de las cosas? ¿Por qué?

“…cada instante que vivimos, es de vivirlo con quién esté a nuestro alrededor… darles lo mejor de nosotros…”

Nada de lo que dijera le afectaría… él no había vivido nada de ello. Y verlo no es lo mismo que sentirlo.

“Has hecho tan tuya la vida que te has olvidado completamente de ella…” La estrella creía haber encontrado lo que tanto tiempo había estado buscando… ese algo. El vacío que había sentido por tanto tiempo… ahora había sido lleno por un ser inferior, en un planeta condenado con las peores condiciones de vida y todo por un tonto accidente.

“Se trata de vivir juntos… como en mi manada. Los que sobresalen en algo es para pode ayudar y compartirlo con los demás”

Después del discurso de la osa regresó ese profundo silencio que permitía al río susurrar suavemente. Una estrella fugaz cruzó el cielo, sólo la osa se percató de ello. Pidió un deseo, el deseo más desinteresado que alguien haya pedido jamás en el bosque, un regalo. Un regalo para el ser que quizá menos se lo merecía pero el que quizá más lo necesitaba.

“De esto se trata…” dijo la osa. La estrella la miró fijamente sin comprender. Y luego se esfumó.

Pasaron unos miles de años y la estrelló siguió navegando los rincones del universo. Ya lo había comprendido todo, ya no había nada qué buscar ni aprender. La lección más valiosa la aprendió cuando regresó al espacio exterior.

Un día tomó la decisión más certera que pudo tomar. Decidió ir a un lugar donde siempre sería admirada por su brillo y también serviría de orientación para los habitantes del planeta Tierra. No sólo eso… también se consiguió un nombre para sí misma… la Estrella Polar, la estrella más brillante de la Osa Menor.

Ahora está ahí arriba, esperando el día en que su luz se apague y visite por segunda vez el planeta Tierra donde se unirá a la tierra, tal y como lo hizo la osa hace tantos años ya.

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© Roberto Martínez, 2010