Bajo el foco

Publicado el 23 de junio, 2015

El silencio en la bodega parecía más solemne que de costumbre.

Don César encendió las luces y comenzó la ronda —ronda que decidió hacer porque el licenciado no se había  ido aún; de lo contrario, y con suerte, la haría cerca de la media noche. Cada paso rompía momentáneamente el silencio, esparciéndose rítmicamente  por los cien metros cuadrados que encerraban computadoras y otras cosas de las que el guardia entendía poco.

MEMORIAS RAM decía un rótulo al inicio del segundo pasillo. Don César lo pronunciaría MEMORIAS RAN aunque le corrigiesen una y mil veces. Él culparía a los sesenta y algo años que lleva sobre sus espaldas y a los estudios que dejó ignorados allá atrás.

Cruzó hacia el siguiente pasillo, ya iba por la mitad de ellos. DISCOS DUROS —Ese sí estaba fácil de leer. El foco al final de ese pasillo parpadeaba rápidamente, parecía nervioso. Don César le escuchaba zumbar. Si le informaba al licenciado que el foco necesitaba cambio, sería la tercera vez en las últimas dos semanas. Que mejor le diga alguno de los muchachos de ventas; de todos modos, rara vez venía a dar rondas en la noche. En lo oscuro. Era su trabajo pero prefería evitarse malentendidos en caso se llegara a perder algo. El foco zumbaba —casi gritaba— con más fuerza a medida que el guardia se acercaba.

Cruzó hacia el siguiente pasillo y comenzó a silbar una canción de José José. Quizá, en el fondo, para que el licenciado Ricardo Ortíz le escuchara y supiera que estaba cumpliendo con su trabajo. IMPRESORAS Y ESCÁNERES.

Revisaba los estantes a cada lado. Recordaba su trabajo en la Imprenta Rosales. Cuán pequeños son los impresores ahora. Hace poco, su hijo compró uno de estos para su hija, su nieta. Levantó la vista y el paso que estaba por dar se convirtió en un brinco. La canción que silbaba quedó ahogada en algún lugar entre sus pulmones y sus labios; los fuertes latidos de su corazón la hundían más y más. Era el licenciado.

"¡Licenciado! Qué susto el que me dio"

Pero el licenciado no contestó, solo lo miraba fijamente. Miraba al guardia inútil y haragán que no hacía su trabajo. Miraba con desprecio al guardia que le importaba un carajo cuidar el producto. El guardia que le importaba una mierda el negocio. SU NEGOCIO. Si a penas y sabe leer. Lo miraba con ojos pintados de rojo para combinar su rostro. En su mano izquierda, un par de tijeras estaba siendo asfixiado.

Don César se percató. Ahora su voz también estaba siendo arrastrada hacia dentro por los latidos de su corazón. Dio media vuelta y tropezó con una caja. ¿Estaba esa caja ahí antes? Qué importa. Como pudo se levantó, botando tintas para impresoras de un estante. El licenciado se acercaba rápidamente, desquiciado. Don César comenzó a huir otra vez fijándose por donde pisaba. Nuevamente el foco parpadeante. Nuevamente algo se atravesó entre sus pies. Desde atrás, la zancadilla que le metió el licenciado; quien ahora estaba sobre él. Sobre el licenciado, el par de tijeras siendo asfixiadas con más fuerza.

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Ricardo todavía estaba tratando de ponerse al día con todo el trabajo. Horas extra que nadie, ni él mismo, se iba a pagar. El heredar un negocio no es del todo color rosa. Claro, se graduó de administración de empresas, pero manejar un negocio, una tienda, requiere más habilidades de contaduría que de manejar personal. Al menos, eso le habían demostrado las últimas dos semanas. Y lo peor: a penas conocía la mitad de los productos que vendían. La idea de que su hermano, el ingeniero en computación, debió haber aceptado el negocio se hacía cada vez más presente. Casi la podía ver sentada frente a él; ahí, en su oficina.

No, le puedo hacer huevos, pensó. Y así de fácil, la idea se retiró de la oficina por la puerta y aprovechó para entrar el pensamiento ¿De qué sirve tener un contador?

Sonrió y decidió que era mejor dar por terminado el día. Eran pasadas las siete de la noche y no había nadie en el pequeño edificio más que el guardia, Don César. Una vez, hacía tiempo ya, Ricardo le preguntó a su padre que por qué tenían contratado aún al vigilante, pues contaban con alarma en el negocio. Incluso era más trabajo para el guardia estar activando y desactivando la alarma cada vez que hacía una ronda. Su padre le contestó que era en agradecimiento a la lealtad de Don César. Ricardo entendió perfectamente; además del negocio, había heredado los buenos valores de su padre.

Mientras se apagaba la computadora, espantó un poco al estrés de un estirón, ordenó y metió en una carpeta todos los papeles regados en su escritorio. Una vez apagada, metió la laptop en su maletín, tomó el celular, apagó la luz y salió. Mientras echaba llave a su oficina, vio la luz de la bodega encendida y recordó que Don César le había comentado dos veces ya sobre un foco que estaba malo. Caminó hacia la bodega. En un negocio pequeño, al jefe le toca incluso atender focos quemados.

Entró por la puerta trasera de la bodega. Escuchó un silbido. "¿Don César?," No hubo respuesta. Continúo por los pasillos, siguiendo el silbido. "Don César, mañana sin falta cambiamos el foco." El silbido entonces se detuvo. Aún sin respuesta, llegó hasta la puerta principal. El silbido comenzó nuevamente. Solo falta que este Don César ande con audífonos.

Llegó hasta el pasillo del foco parpadeante y decidió echarle un vistazo. Deslizó y colocó una pequeña escalera de tres escalones debajo del foco, sacó un pañuelo de la bolsa izquierda del pantalón y trató de girar el foco. Ya no giraba más. Bajó de la escalera y un sonido por poco lo regresa al escalón más alto.

Dio media vuelta y el cañón de una escopeta le apuntaba al rostro, rozándole la nariz. Podía olerlo. Don César le apuntaba el arma que le dieron para que cuidara el edificio. Para que cuidara el negocio como lo ha cuidado por tantos años. ¿Y todo para qué? Para que el hijueputa del dueño del negocio venga a verlo de menos. A tratarlo mal. A burlarse de él. A que lo vea como pendejo por pedirle un foco nuevo para cuidar sus propias mierdas.

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Sentados sobre el foco, estaba La Muerte y Morfeo viendo. La Muerte, golpeaba arrítmicamente el foco para que parpadeara.

Tags: Fantasía, Ficción, Miedo, Suspenso, Terror

© Roberto Martínez, 2015